LEGALTODAY.COM. Por Montse Ruiz
Nos llenamos la boca hablando de networking, de relaciones públicas, de tener ADN comercial, de ser proactivos… y la mayoría de las veces olvidamos que, a pesar de que los conceptos siguen siendo igual de válidos para los negocios, los medios para alcanzarlos han evolucionado.
Nos llenamos la boca hablando de networking, de relaciones públicas, de tener ADN comercial, de ser proactivos… y la mayoría de las veces olvidamos que, a pesar de que los conceptos siguen siendo igual de válidos para los negocios, los medios para alcanzarlos han evolucionado.
El sector jurídico no ha vivido al margen de esta transformación social y económica; y más tarde que temprano, ha tomado consciencia del valor de adaptarse a los nuevos tiempos, intentado dejar de ser invisible en el entorno digital. En este sentido, parece ser que los Despachos han sido más atrevidos que los propios abogados, muchos de los cuales prefieren seguir siendo espectadores y no protagonistas. Un rol totalmente lícito aunque muy alejado del perfil competencial que se busca en el abogado de nuestros tiempos. Se demanda conocimiento técnico, experiencia, pero sobretodo, capacidades para la generación de negocio. En otras palabras, aportar – y fidelizar- clientes. Por lo tanto, cerrarse a un potencial mercado digital que, según cifras del Estudio Anual de Redes sociales 2016 de IAB Spain, ronda los 15’4 millones de usuarios en nuestro país, me parece más propio de un eterno actor secundario que de un profesional con visión de crecimiento y perspectivas de carrera profesional en un mercado altamente competitivo.
Sin embargo, es imprescindible tomar consciencia que el entorno digital y las redes sociales son herramientas con un marcado carácter estratégico: suman, complementan, añaden valor y potencian el business. En otras palabras, están al servicio de la empresa y de sus metas y/u objetivos a corto, medio y largo plazo. Por lo tanto, el objetivo final de ‘vender’ y generar nuevo negocio sigue siendo ‘la’ prioridad. Sin embargo, a día de hoy, el camino para lograr la venta, para conseguir llegar a los clientes, captar su atención y fidelizarlos ha cambiado. Consumimos información, creamos referentes y otorgamos la credibilidad en función de nuevos parámetros. Por ejemplo, en 2006 nació un pájaro que con un solo tuit es capaz de acaparar todas las miradas. Su mayor atractivo no es el tono de su tuiteo, sino la capacidad que tiene para ‘ser escuchado’. Twitter, pero también Linkedin, Facebook, Instagram o Slideshare, cada uno con sus especificidades, se puede convertir en un gran aliado para una empresa o despacho de abogados pero, sin duda alguna, requieren de estrategia.
Entonces, es imprescindible tener claro que las redes sociales como tales no sirven para vender, están pensadas para compartir. En base a compartir contenido de calidad se consiguen comentarios que, desde un punto de vista global, se traduce en notoriedad, capacidad de influencia y, consecuentemente, en la generación de negocio a medio y largo plazo. La diferencia entre el éxito y el fracaso en el entorno digital no está relacionado con el tamaño del despacho ni con la capacidad de inversión (recursos). El secreto reside en si detrás de un perfil profesional en redes hay o no estrategia. ¿Por qué hago esto? ¿Por qué debo estar en redes? ¿Por qué decido…? ¿Por qué…? Saber el ‘por qué’ es básico e imprescindible; pero seamos cautos: la estrategia no garantiza el éxito aunque sirve para justificar el fracaso.
En definitiva, hoy en día, sin identidad y visibilidad digital, no eres nadie. Trabajamos para ser ‘encontrados’ y aquello que no obtiene respuesta en el entorno on line, no existe. Por lo tanto, no se trata de negarse a la apertura de nuevos mercados y realidades sino de evolucionar sabiendo que el camino más largo es quedarse quieto, dejando escapar oportunidades, muchas veces, por el temor y dificultad para gestionar un entorno donde se pierde el control pero se gana influencia.